Volver a Thoreau


 

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Spinoza define el asombro como imaginar “alguna cosa en la que el alma queda absorta porque esa imaginación singular no tiene conexión alguna con las demás.” Henry David Thoreau (1817- 1862; nació en Concord, Mass. donde murió de tuberculosis a los 44 años) es un hombre que vive un asombro sostenido, inmerso en cuanto escribe, dice o hace desde una singularidad ensimismada: su asombro es ulterior. Asombro de quien reconoce en cada acto, en cada presencia, una manifestación de la esencia; así, no sólo hay un orden inmutable y eterno sino también actividad única y excepcional pues posee un instante en que se desvincula de todo lo demás, no en soledad aterradora sino en silencio sagrado: en austeridad que reconoce en todo aspecto del universo, en toda manifestación de la naturaleza, su margen de separación: de ahí a verlo todo como sagrado no hay más que un paso.

Se trata de un paso que Thoreau da a cada momento, día y noche, remando, caminando, afilando la punta de un lápiz, escribiendo o cuidando la propiedad de su maestro y amigo Ralph Waldo Emerson, para quien trabajó dos años fungiendo como jardinero y hacelotodo. De entre los trascendentalistas de Nueva Inglaterra (Emerson, Bronson Alcott, Ripley, Margaret Fuller, Elizabeth Peabody, Theodore Parker), los utopistas del siglo XIX norteamericano (creadores de las comunas experimentales, y fracasadas, de Brook Farm y Fruitlands) y los escritores de visión extrema y dura, desgarrada y en muchas ocasiones aterradora (pienso en Melville, Poe y Hawthorne), Thoreau es el que más amo, por dos razones: su capacidad de vida no sólo frugal y antimaterialista sino asimismo inmersa en cada actividad, sin dispersión, en estado pleno de concentración; y por su desprendimiento profundo de un ego falaz e innecesario, ese ego que interfiere y acaba por devastar el acceso a la espiritualidad.

Así, cuando Thoreau camina (“viajar es la vida de las piernas”) está absorto, situado, inmerso en sus piernas: y Thoreau camina todo el tiempo. Camina como lo hicieran Saigyo, Basho, Rousseau, Dickens, Hölderlin y Robert Walser (“De Berna a Friburgo hay seis horas a pie”, dice Walser en su microrrelato “Ginebra”). Camina con vigor, con ritmo que reúne cuerpo y alma, como exorcismo quizás de la locura o de la muerte, como medio de transporte si no único al menos principal: pues se trata de ir andando o remando a un sitio (Cape Cod o sus tres viajes por los ríos y bosques de Maine) y no de salir de paseo. Está capacidad thoreauniana de sumergirse en su estar es visible en toda su obra, en toda su acción política (negarse a pagar durante varios años un impuesto electoral porque ese dinero iba en parte a sufragar los gastos de la guerra de México): visible en su modo de percibir la sociedad, la salud, la escritura, beberse un vaso de agua (“satisfago y provoco la sed de la Sed”) y, por encima de todo, la naturaleza. Esa naturaleza que “en verdad contiene sermones en las piedras y libros en los riachuelos.” Lo singular, por un momento desapegado de todo lo demás, separado pero no desarraigado, nos permite ver a Thoreau absorto en el acto de construir una choza en Walden (laguna en las afueras de Concord donde vivió a solas dos años, experiencia de la que nace una de las obras más importantes de la literatura norteamericana); remar seis días (del 31 agosto al 6 sept. 1839) con su hermano John por los ríos Concord y Merrimack; describir la flora, bosques, mamíferos de caza mayor y los peces, con científica meticulosidad, con lujo de detalles, creo que no como un mero acto de divulgación científica típico de su época positivista, materialista y “realista”sino como un ritual religioso, un asombro sagrado.

Thoreau, al manufacturar lápices (actividad de la que vivió, en el seno de su familia: fue el creador de un nuevo tipo de lápiz más “inteligente”) lo hacía desde la más absoluta concentración y no como quien realiza un mero trabajo ganapán. Cuando Thoreau contempla a un viejo pescador entregado a la pesca entiende de inmediato que no se trata “de un deporte, ni de un modo de subsistencia, sino de una especie de solemne sacramento, de un retiro espiritual, tal y como hacían los ancianos al leer sus biblias.” Su visión de una sociedad más espiritual que materialista, más frugal que consumidora, lo hará decir que una persona es “rica en proporción al número de cosas que puede darse el lujo de no necesitar.” (Mi padre, un thoreauniano inconsciente, solía decirme que quien come más de tres veces al día se enferma). Para Thoreau ver una espiga es contemplar la espiga, contemplación que lo lleva o surge del reconocimiento etimológico de la palabra (spica, en latín, de spe, esperanza). Un conocimiento que a su vez lo lleva a recordar la etimología de grano, centro simbólico de la vida (granum, en latín, de gerendo, que genera, produce): y así, Thoreau está centrado en la totalidad de la palabra, la totalidad real y simbólica del pan, su Logos: está en la fuerte individualidad de la materia y en la fuerte incrustación armoniosa de lo singular dentro de lo general: armonía del individuo con la comunidad.

Richard Wilhelm nos dice que Confucio estaba exento de opiniones, no tenía egoísmo, no tenía prejuicios, no tenía obstinación. Puedo decir que Thoreau, como Confucio, careció de egoísmo, de prejuicios y de obstinación: opiniones las tenía (de cuatro tres, no está mal: también hay verbos defectivos) y muy fuertes. Son las opiniones de un hombre alerta, concentrado, amoroso: un escritor que al ver a un campesino cavando papas siente que quizás esté pensado “que soy yo quien cultiva papas mientras él me cultiva a mí.” Son las opiniones de un hombre bueno que soñó durante su breve existencia con un mundo primero y primario como el que describió Kwang Tze: “Los antiguos contaban con todo el alimento del mundo; nada deseaban y el mundo tenía de todo; no hacían nada y todas las cosas se transformaban; la quietud era abismal y la gente guardaba una elegante compostura.” Sin duda, la de Thoreau.

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José Kozer. La Habana, Cuba, 28 de marzo de 1940. Vive en USA desde 1960. Enseñó español y literatura en lengua castellana en Queens College, CUNY, de 1965 a 1997. Reside en Hallandale, Florida. Su obra ha sido traducida parcialmente a diversos idiomas, se ha publicado en numerosas revistas y periódicos, a la vez que ha sido estudiada en varias tesinas y tesis doctorales. Entre sus últimos libros se encuentran Bajo este cien (dos ediciones, en México y Barcelona), Carece de causa (dos ediciones, ambas en Buenos Aires), Ánima (México), No buscan reflejarse (La Habana), Farándula (México), y dos libros en prosa, Mezcla para dos tiempos y Una huella destartalada (ambos publicados en México por la Editorial Aldus). Visor editores de Madrid publicó recientemente una amplia antología de su obra titulada Y del esparto la invariabilidad, y Monte Ávila Editores de Caracas publicó otra antología suya titulada Trasvasando. Es autor de 58 libros de poesía. E-mail: jkozer@comcast.net




Comentários (1 comentário)

  1. NOVAS NA MUSA » TRIPLO II, […] Volver a Thoreau […]
    21 maio, 2012 as 22:09

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