Festina Lente


 

 

Se quedó de pie, las manos juntas, en la mente

un pincel de finas cerdas

para hacer más tarde

caligrafía: frente a la

estatua de Buda, barro

cocido, pintada color

negro ceniza, permaneció

respirando devagar,

devagar, varias veces

lo repitió en portugués:

aún no pero tal vez tras

persistir un mes y otro

mes alcance la

impasibilidad del gallo

de madera, cresta y

espuelas de gruesa tela,

ojos de imágenes

despejados, de Chuang

Tzu. No entiende cómo,

pero sin consultar con el

reloj, se queda justo

quince minutos frente

a la estatuilla del Buda

que compró en un remate,

al baratillo, al por menor,

en una quincalla. Es

pavorosa la Muerte. No

reflexiona. La meditación

no se basa en la reflexión,

se da vuelta, atrás quedan

Buda, incienso, las manos

juntas, y ahora se encamina

a romper el ayuno de todas

las mañanas, del cuarto

interior al comedor, cómo

perturba quiérase que no

la Muerte: devagar,

devagar, pone dos

huevos a cocer, tuesta

una rebanada nada

gruesa de pan casero,

a duras penas y siguiendo

una vieja receta al pie

de la letra aprendió a

hornearlo. Una taza

pequeña de café,

servilleta, cubiertos,

sacarina, imposible

esquivar la Muerte. En

su cabeza pondera una

cantata de Bach que

escuchará en cuanto

desayune, se lave, se

acerque piano y chano

chano al sillón de lectura,

sillón de meditación

(sepultura) posible sea

trono de defunción en

su momento. Y lee un

capítulo no muy largo

del Viejo Testamento,

Crónicas II, lo lee

siguiendo con la yema

del índice derecho

versículo a versículo,

con detención. No azoga

entre tinieblas la Muerte

a quien como él se

entrena a pautar las

horas, repetir los

movimientos, serenar

los exabruptos de un

pensamiento saltimbanqui,

es innecesaria la Muerte.

Recula, se retiene, lleva

más de una hora leyendo

una novela de Strindberg,

mucho le alegra haber

comenzado a adentrarse

en la literatura escandinava,

de joven leyó a Ibsen, se

identificó más tarde con

un joven Joyce que

sintiera fruición por la

obra de Ibsen, y ahora

de muy mayor, en verdad

de anciano, lee a

Strindberg: Gustafsson:

hoy mismo se propone

compilar una lista de

autores a considerar:

regula el cuerpo, la

meditación, la altura

de la vista respecto a

la mente, al libro que

acaba de cerrar, y

parsimonioso sitúa

sobre el velador para

más tarde pasar la

media hora final del

día antes de que lo

venza el sueño

La gente de Hemsö.

Mira la hora, deja

el sillón, le reza a

Buda el Sutra del

corazón (completo)

cena un revoltillo de

clara de huevo con

jamón de Virginia,

dos galletas de

harina de avena y

cebada, son duras

como piedras: lápidas

al vientre del rumiante,

la vaca Io, Zeus vuelto

toro blanco, huye

chiquilla, y piensa de

momento que la joven

quiere ser raptada por

el dios. Cama. Bach.

Morir no es más que

atascarse en una

pocilga, duración

media hora. Respira

cinco veces, cada

vez más pautado, la

música termina, la luz

de la lámpara de mesa

se apaga, y entra,

se adentra, se va

durmiendo entre los

datos de una biografía

de Strindberg, volver

mañana con la lectura

de Vida de poetas,

Dryden, seguir con

el doctor Johnson.

 

 

 

 

 

 

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José Kozer. La Habana, Cuba, 28 de marzo de 1940. Vive en USA desde 1960. Enseñó español y literatura en lengua castellana en Queens College, CUNY, de 1965 a 1997. Reside en Hallandale, Florida. Su obra ha sido traducida parcialmente a diversos idiomas, se ha publicado en numerosas revistas y periódicos, a la vez que ha sido estudiada en varias tesinas y tesis doctorales. Entre sus últimos libros se encuentran Bajo este cien (dos ediciones, en México y Barcelona), Carece de causa (dos ediciones, ambas en Buenos Aires), Ánima (México), No buscan reflejarse (La Habana), Farándula (México), y dos libros en prosa, Mezcla para dos tiempos y Una huella destartalada (ambos publicados en México por la Editorial Aldus). Visor editores de Madrid publicó recientemente una amplia antología de su obra titulada Y del esparto la invariabilidad, y Monte Ávila Editores de Caracas publicó otra antología suya tituladaTrasvasando. Es autor de 58 libros de poesía. E-mail: jkozer@comcast.net




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